Qué daño nos hizo esa norma de “no hablar de política ni de religión en la mesa”. Años evadiendo el tema hicieron que muchos llegaran a la adultez sin saber escuchar, tolerar, ni defender su postura sin acudir a la descalificación o al insulto.
Son fáciles de identificar. Nunca desaprovechan una oportunidad para pelear. Comparten noticias falsas porque creen ciegamente en ellas. Acusan o defienden de hechos que no les constan, a personas que no conocen, y utilizan palabras como lanudos, borregos o florindos para referirse a más gente que tampoco conocen.
Pero eso no es su culpa. Son la consecuencia de esa norma vaga que les privó de entender que…
Mientras ustedes pelean, los asambleístas de los partidos, fuera de cámaras, almuerzan y bromean juntos. Otros, con más sigilo, se reúnen en los parqueaderos de la Asamblea para hablar y tranzar lo que nadie debe saber.
Mientras ustedes celebran que sacaron del poder a unos para poner a otros “nuevos”, no es del todo cierto. Muchos de estos políticos sirvieron y empezaron en el correísmo. José De la Gasca, Diana Jácome y Fausto Jarrín son solo algunos. ¿De quién creen que ADN aprendió a jugar?
Si ellos no se pelean, ¿por qué ustedes sí?
Les aseguro que tienen más en común con las familias de los más de 2.500 asesinados en estos primeros meses de 2025, que con la gente que defienden.
Les aseguro que si dejan de ver —y ser parte— del show, se acaba el circo. Este país empezará a cambiar cuando su gente lo haga, no cuando los políticos decidan hacerlo. Porque, al final del día, ellos son nuestro reflejo.
Si fuimos testigos de una de las campañas más sucias de nuestra historia democrática, es porque sus estrategas identificaron que, en las conversaciones, la gente se sacaba la cabeza. Y que si sus líderes lo hacían, sus fanáticos aplaudirían.
No solo en campaña, sino durante el gobierno, se destinan millones de dólares para medir y rastrear de qué habla la gente en redes. Pides circo, te dan circo. Pides soluciones, te darán soluciones.