Lo que debió ser un espacio para enfrentar ideas sobre cómo sacar adelante al país terminó convirtiéndose en una competencia por ver quién tiene peores antecedentes y amistades.
Desde comenzar leyendo un saludo, sí, un saludo, pasando por afirmar que todo lo que dice su oponente es mentira, sin demostrarlo, hasta caer en la xenofobia para justificar el apoyo a una dictadura, ambos candidatos quedaron debiendo soluciones al país.
Gobiernan o aspiran hacerlo pensando que lo que se dice en redes sociales refleja el verdadero sentir de la gente. Olvidan que este país es tan desigual que no todos tenemos las mismas necesidades.
Mientras unos esquivan balas y reúnen dinero para pagar vacunas, otros trabajan hasta 12 horas para permitirse una vida medianamente digna. Otros, con algo más de suerte y estudios, intentan mantenerse en la clase media, aunque con deudas, buscando oportunidades cada vez más escasas para “progresar”.
Pero a estos y a otros millones de ecuatorianos, con realidades mejores o peores, ninguno de los candidatos les respondió nada. Solo dejaron certezas de incertidumbres que ellos mismos crearon para tener algo que decir.
Porque hablar de lo importante y sus cómos requiere, además de análisis, estrategia y proyección, decir la verdad, por incómoda que sea, aunque tengan que leerla.